Por segundo año consecutivo tuve la suerte de asistir a la Feria del Libro de Madrid, y me traje un montón de experiencias de las que no tienen precio, ni siquiera en tiempos de crisis. Mención especial tienen Guillermo y su hermana, y la ilusión con la que trataban de descifrar la dedicatoria en clave de sus libros, y Jorge, que decidió invertir los ahorros que guardaba para la Feria del Libro, precisamente en Fredo Cacahuete (esto es todo un honor para mí y espero que nunca te arrepientas). También mención especial tiene Leo, para el que fue ayer la primera feria de su vida (segura estoy de que habrá muchas más), y un niño que con sólo cinco años, suma ya cinco ferias: Eloy, y que se acercó a la caseta para saludarme con las palabras que más pueden enorgullecer a una escritora: “¡Hola, mamá!”.
Agradezco también su labor al atractivo fotógrafo que me robó unas instantáneas para el recuerdo.
Y por supuesto, también mi agradecimiento a Iván y Luis de la editorial Hidra, trabajadores incansables de conversación inteligente, y a la simpática Irina de la Editorial Nocturna y al escritor Martín Sotelo, al que conocí fugazmente y a quien deseo muchos éxitos. Todos ellos, en mayor o menor medida, contribuyeron a hacer de la tarde de ayer, una tarde inolvidable.